El aliento del lobo by Guillermo Galván

El aliento del lobo by Guillermo Galván

autor:Guillermo Galván [Galván, Guillermo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


EL ALIENTO EN LA NUCA

Todos tenemos algo que esconder. Hasta el hombre más honorable sueña alguna vez que guarda un cadáver en el armario como resultado de una vieja cuenta, y suda de terror en su pesadilla convencido de que el secreto está a punto de ser descubierto.

Contra la melancolía,

Guillermo Chao

Quise verlo antes de volver a casa, pero su móvil no respondía. Media docena de llamadas eran prueba más que suficiente de que no quería hablar conmigo. Pero yo necesitaba explicaciones. Lo llamé al teléfono del trabajo, donde me comunicaron que Pablo había adelantado sus vacaciones y no regresaría a su puesto hasta tres semanas más tarde.

Tampoco estaba en su casa, o no me quiso abrir, así que recurrí a la única persona que mantenía estrecha relación con él. Su hermana Elvira era año y medio más joven que nosotros y había sido mi primer amor platónico adolescente, un sentimiento tan secreto que con nadie, ni con la propia Elvira, había compartido. Ni siquiera Pablo sospechaba cuánto me gustaba entonces su hermana pequeña, cuyas apariciones en la habitación de mi amigo eran un regalo para mis ojos, a pesar de los sistemáticos rapapolvos que ella recibía de éste por interrumpir nuestro incipiente proceso creativo.

Al contrario que su hermano, Elvira se había casado y ya tenía dos hijas. Trabajaba en una consultoría y en ocasiones me pasaba clientes, de modo que nuestro contacto no había llegado a romperse del todo tras los alocados e independientes años de juventud.

Nada quedaba en mí, sin embargo, de aquella pasión adolescente salvo un dulce recuerdo y el reconocimiento de que Elvira merecía la pena como mujer y como amiga, de modo que nuestra relación, habitualmente telefónica por asuntos profesionales, gozaba de cierta confianza. Fruto de ella fue la aceptación por su parte de salir a tomar un café en horario laboral cuando le anuncié mi visita. Pero tampoco sabía nada de Pablo.

—Hablé con él anteayer —dijo—. Desde entonces no me ha llamado, ni contesta.

Que se ocultase de mí tenía su explicación en un más que seguro sentimiento de culpa por su parte, pero mantener esa actitud con su hermana se salía de lo razonable.

—Andaba algo deprimido —quise tranquilizarla.

—Algo borracho, quieres decir.

Así era Elvira, sin pelos en la lengua, incluso para lo más querido. Porque Pablo, a pesar de sus defectos, era para ella territorio propio, una parcela de afecto a la que no estaba dispuesta a renunciar por muchos disgustos que su hermano le provocara.

—Sí, la última vez que hablé con él había bebido —⁠acepté⁠—, pero suele durarle un par de días.

—Ya, y la resaca, física y psicológica, una semana. Lleva una temporada que no hay quien lo aguante.

—Lo de la muerte de Mario ha sido un palo.

—Eso puede haber sido la guinda del pastel, pero arrastra un par de meses complicados. —⁠Mario nos había dicho que hacía precisamente ese tiempo, un par de meses, que el supuesto Chao se había presentado a su nueva agente. Podía ser una coincidencia más, o es que yo necesitaba ver coincidencias para sustentar mi sospecha⁠—.



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